Sin industria y tecnología propias no hay Nación

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Vieja lucha sin cuartel, la librada aun con resultado incierto, comenzada ya en 1810.
El Plan de Operaciones de Moreno, y las ideas expuestas por Belgrano, pretendían cimentar las bases de la naciente patria, adoptando la senda de la industrialización.
Moreno, asesinado en pleno viaje a Europa, como pasajero en un buque británico (eran los disponibles en la época para ese viaje), yendo en misión diplomática, seguramente envenenado. Belgrano, muriendo en la miseria muy tempranamente, cuando la nueva república en gestación apenas tenía 10 años, y 4 desde la segunda Declaración de la Independencia, en 1816.
La primera e ignorada Declaración de la Independencia, en 1815, se la debemos al argentino oriental José Gervasio de Artigas, Protector de los Pueblos Libres, otro hecho básico ocultado por la historiografía liberal – mitrista. Claro que Artigas fue un “mal ejemplo” para el mitrismo y su heredera, la oligarquía, pues había implementado un sistema político – económico mucho más igualitario y equitativo, que el imperante por esos años.
Ya en aquellos tempranos años en que se forjaba la argentinidad, lamentablemente los rivadavianos y otros grupos de intelectuales afrancesados e influidos antes por los invasores británicos, operaron al servicio del liberalismo extremo, tomando el poder y siendo funcionales a los designios del gran imperio de esa época.
Fueron cooptados por las falsedades doctrinarias del liberalismo económico, esa pieza maestra de la colonización cultural, cargada de dogmatismo expuesto como supuestas “leyes” económicas a favor del “libre comercio”, pergeñada por Adam Smith y difundida como “biblia económica” por el imperio británico, por medio de sus agentes y personeros al tanto por cuanto.
Desplazado definitivamente del poder el nefasto Rivadavia, luego de hacer mucho daño muy intensamente en poco tiempo (notable paralelismo con el destructivo macrismo), sin embargo sus partidarios siguieron conspirando aviesamente, impulsando el asesinato político de Dorrego, de Chilavert y otros derrotados en Caseros; los degüellos masivos de tropas rendidas primero, y luego
de caudillos federales, perpetrados por el mitrismo y aplaudidos por Sarmiento; respaldados por la muy liberal y dudosamente patriótica Constitución Nacional de 1853.
Con todo ello todo el siglo XIX, excepto el extenso Segundo Gobierno de Rosas, fue un monólogo ultra liberal, de subordinación expresa a Gran Bretaña, concentración obscena de la riqueza y de las propiedades rurales de la Pampa Húmeda en muy pocas manos, y de expreso repudio a todo desarrollo industrial y tecnológico propio, excepto industrias muy elementales, como las curtiembres, las productoras de carnes saladas (tasajo) y similares.
En esos años se formó y consolidó a partir de 1870 / 1880 la después muy retrógrada, egoísta y de mero formal “patriotismo” oligarquía del campo; hasta hoy núcleo duro de los sectores más reaccionarios, total y visceralmente opuestos a todo desarrollo integral de la nación, pues solo les interesan sus intereses de casta, salpimentados con mucho patrioterismo de bandera, el cual con mucha habilidad lograron insuflar a los otros sectores sociales, asegurándose el acatamiento sumiso de grandes sectores de la población, subordinados o aplastados por el statu quo, que dificultó o impidió toda reacción, siendo muy feroces con los díscolos que se atrevieron a cuestionar o “peor” aun, a modificar la realidad social, económica y geopolítica nacional.
De ahí nace el odio profundo hacia el peronismo, que con soberbia expresan a voz en cuello los oligarcas; odio que fueron muy hábiles para instalar en sectores medios y bajos de la población, muy colonizados mentales, en un variopinto grupo de “adherentes” a los oligarcas, que con su maestría habitual Jauretche explicó y definió como “los tilingos”.
Esos podrían también definirse como “oligarcas aspiracionales”, que irracionalmente, piensan y actúan en contra de sus propios intereses, y para peor, en contra del país, pero el odio y las confusiones profundas instaladas en sus “razonamientos” no les dejan ver la realidad.
Con mucho énfasis, la oligarquía se ocupó de cooptar a las fuerzas armadas y fuerzas de seguridad, de monocorde –salvo escasas y honrosas excepciones- orientación ultra liberal instalada como “pensamiento políticamente correcto”,
desde 1955 en adelante; siendo muy claro que el establishment tiene asumido que los uniformados están básicamente al servicio de la oligarquía, pues ellos se consideran excluyentemente “la patria”, con enana visión clasista no exenta de racismo.
Ese núcleo duro oligárquico, el del país estancia para no más de diez millones de habitantes, fue y sigue siendo el monolítico bloque reaccionario, que empecinadamente quiere reeditar el perimido esquema agroexportador del siglo XIX, que caducó completamente en 1914, y que desde entonces demostró ser incapaz de sustentar a todo nuestro país con un imprescindible criterio de grandeza nacional, concepto este que engloba tanto al necesario desarrollo social equitativo, como al desarrollo económico integral, del cual la industria y la tecnología nacional, son componentes no solo imprescindibles, sino de importancia estratégica fundamental.
Como muestra del egoísmo reconcentrado y enanismo estratégico carente de patriotismo, cabe citar a Federico Pinedo, ministro de varios gobiernos oligárquicos desde la década infame hasta su muerte. Afirmó que Argentina no debería tener más de 10 millones de habitantes, para mantener la relación de 4 vacas por cada persona (eran años en que las existencias vacunas se estimaban en 40 millones). Cero propósitos de incrementar las existencias ganaderas, y nulo criterio de grandeza nacional, siendo que poblar nuestro enorme territorio es un imperativo estratégico.
Es muy claro que “el campo” (agricultura y ganadería), no puede generar trabajo para los 45 millones que somos hoy, apenas tal vez 10 millones si se volviera al nefasto esquema de país estancia decimonónico. Pero eso no le preocupa a la oligarquía, más bien se regodea con ello, para forzar salarios a la baja y de ese modo pagar menos a su escaso personal, al cual añora volver a tener 
subordinado en el feudalismo campero de los “años gloriosos” (para ellos) de su supremacía excluyente.
En cambio, la industria y los entes tecnológicos, son fuertes creadores de empleos bien remunerados, y claramente poseen poderosos efectos multiplicadores en toda la economía, lo cual no le interesa en absoluto a la oligarquía, e incluso los combaten, pues odian que cambien las condiciones generales del país, temiendo perder sus irritantes privilegios de casta excluyente; situación retrógrada y muy negativa que intentan reimponer los sucesivos gobiernos de orientación económica liberal y de signo político ultra reaccionario.
Queda muy en claro, que ningún país de economía  excluyentemente primaria alcanza roles de relevancia ni goza de sólida y concreta soberanía, pues son muy dependientes de las naciones desarrolladas.
Las potencias económicas tradicionales y las nuevas potencias emergentes dan importancia prioritaria a la industria y al desarrollo tecnológico; actitudes que omiten los países resignados el decadente rol de subordinados productores primarios, hoy amenazados de ser desguazados o anulados como Estados
soberanos por los poderes cultores del neoliberalismo salvaje.

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