Del garaje a las grandes ligas con un invento made in Misiones

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Las puertas cerradas no permiten adivinar qué se cocina dentro. Podría ser un garage como el lugar que vio nacer a Google, pero en realidad, se trata de un entrepiso de dos metros por seis de largo que está atiborrado de piezas de metal, herramientas, circuitos, tornillos, un par de computadoras ensambladas y en el medio, fina y elegante, la gran invención: un plotter de polyfan con tecnología y desarrollo propio.

Allí trabajan silenciosamente Silvina Flores y Alejandro Szeliga. Pulen cada detalle de las máquinas que se multiplican en el país y en cinco países de Latinoamérica. Otras ya cruzaron el charco y se vendieron en España. En los últimos meses recibieron ofertas para vender en México y hasta los tentaron para mudarse. Pero Alejandro quiere crecer en la Argentina. A pesar de la crisis, confía en que habrá una recuperación con el cambio de Gobierno que les permita volver al ritmo de producción de otros tiempos.

De todos modos, aseguran, la recesión de estos últimos dos años la sobrellevaron con tranquilidad gracias a las ventas concretadas. ¿Pero qué tiene de distinto el plotter made in Misiones? 

Alejandro trae el fanatismo por conocer la tecnología desde que era un niño. Estudió en la escuela Industrial de Posadas, donde se recibió en 1986 y desde entonces es autodidacta. Silvina es diseñadora gráfica y se encarga de la parte comercial y aporta su mirada sobre las funcionalidades que requiere una máquina diseñada para el corte con una precisión asombrosa, de las planchas de polyfan -una especie de telgopor pero mucho más resistente- que se utilizan para realizar carteles publicitarios de todos los tamaños. 

El invento trajo una solución a diseñadores y publicistas, que pueden armar carteles publicitarios en la mitad de tiempo y con una máquina que les permite una precisión envidiable: una finísima aguja -diseñada con microscopio por Alejandro- realiza los cortes entrando y saliendo de las planchas, como un cuchillo caliente en la manteca, pero sin dejar marcas. Las letras o los diseños, salen en segundos pulidas y listas para pintar, casi sin desperdicio del material. 

Cada máquina vale unos 2600 dólares más IVA de 10,5% y ya vendieron cerca de 300 -hay una de menor tamaño a 1200 dólares más IVA- con el software de uso y once agujas que duran como mínimo, dos años. 

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Ahora, con el apoyo de la subsecretaría de Promoción de Investigaciones y Desarrollo Industrial, buscan darle un salto de cantidad al desarrollo industrial. 

Detrás de la historia de metales, diseños y polyfan, hay una de amor. Ella tenía catorce años cuando se conocieron. Él, un figura en ascenso del básquetbol misionero de 21 años, quedó impactado por la belleza “brasileña” de la joven y venció la timidez para animarse a dar el primer paso. No fue en falso. Hoy tienen dos hijos, la primera egresa de la secundaria y el menor, hace sus primeras armas en la secundaria con el mismo apetito por el aprendizaje de su padre. 

Juntos comenzaron su pequeña empresa y aunque hoy trabajan en equipo, llegaron a tener uno más amplio. Trabajaban haciendo carteles de luz para otra empresa y eventualmente, algunos por cuenta propia. Hasta que un cliente les trajo la idea de Buenos Aires, idea que, después de mucha investigación y vuelo propio, fue perfeccionada por Alejandro.

Así nació la máquina que hoy es requerida desde distintos puntos del país porque acelera tiempos y abarata costos. 

“Dije: ‘Voy a ver cuánto sale una máquina de esas para comprar para que hagamos el servicio de corte acá en Posadas’. Averiguo, y no existía la máquina en el mercado, yo estaba trabajando en un proyecto de electrónica como hobbie y decidí investigar”, cuenta Alejandro.

“Él siempre, en el tema de electrónica, no tuvo la posibilidad de estudiar en una universidad, ni nada, pero se compró libros, revistas, estuvo estudiando de forma autodidacta”, agrega orgullosa Silvina.

“Justo estaba trabajando en un proyecto de electrónica, que era de control numérico, que sería lo que hacen estas máquinas. Lo único que se sabía, era que había una máquina que venía de Europa que salía como 20 mil euros y era un armatoste. Así que investigando, decidí encarar un proyecto para armar una máquina de control numérico para esto. Unos seis meses me llevó el desarrollo del equipo”, explica.

“Más o menos junio de 2004 ya teníamos un prototipo del equipo funcionando, porque la máquina esa que era tan cara y tan grosa, tenía un alambre térmico, era como un gran segelín (una herramienta para cortar telgopor). Pero lo que él pensó fue algo completamente innovador, con agujas. Esa aguja tiene 0,4 milímetros de espesor, menos de la mitad de un milímetro, y tiene 350 grados de calor. Al diseño se le adosó un software para dibujo”, detalla Silvina.

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Alejandro hizo el resto de las modificaciones y anexó nuevas tecnologías como el USB y un kit de manejo. La máquina está lista para cortar todo lo que el diseño genere. 

“Logramos una precisión muy importante, con un mecanismo de autoajuste, que con el tiempo, así el mismo cliente, si la máquina sufre desgaste con el uso, con una herramienta que va provista con la máquina puede ajustar hasta que quede en cero el juego, estamos muy conformes con el producto”, sentencia Alejandro.

“De chiquito te puedo decir que fui un inventor, lo que pasa es que inventar algo y que tenga salida comercial, es uno de cada 10 mil inventos, si bien esto, la parte mecánica no es un invento, la aguja sí no existía en el mercado”, explica.

Tampoco la máquina con sus particularidades, agrega Silvina. “Existían otras de control numérico, pero la herramienta de corte, que es la innovación y el sistema de corte, no existía previo a esto, hoy tenés agujas. Pero para que esto funcione necesitamos la herramienta, que la inventamos nosotros, eso no existía, ahora hay gente que la está copiando”, se queja Alejandro.

Pero la aguja también tiene su particularidad. Tiene quince partes que culminan en una microsoldadura y un mecanismo que trabaja con calor que sirve para cada espesor distinto del polyfan. La diferencia no se aprecia a simple vista. 

La competencia también copió el sistema, pero el resultado no es el mismo. 

“La  diferencia es tiempo, operarios y la tranquilidad del diseñador, que ve cómo el resultado es tal como lo imaginó”. 

El resultado es una máquina muy apreciada en el mercado que ya está en seis países y con más de 300 unidades vendidas. 

Ahora el sueño es aumentar la producción y el volumen y transformar el pequeño garage en una potencia industrial.


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