“Sol y Lluvia”, la pequeña yerbatera de Tres Capones cumple 30 años y demuestra que el productor puede tener su marca

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Cuando se habla del competitivo mercado de la yerba mate la atención principal está en las primeras 10 o 20 marcas, muy conocidas por todos. Después viene un segundo pelotón de empresas que suelen tener marcas menos conocidas, en algunos casos porque venden en otras ciudades o provincias, o bien producen para terceros, firmas como Bonafé (Más Sabor), Amsa (Pájara Azul), Kleñuk Hermanos (Yo La Vi), Establecimiento Don Leandro (Don Leandro).
Pero hay otro grupo que también es importante. Se trata de pequeños molinos diseminados por el interior de Misiones, emprendimientos familiares donde suelen trabajar codo a codo hermanos, padres e hijos.
“Sol y Lluvia” es una de esas yerbateras. El pequeño emprendimiento situado en Tres Capones, cerquita de Concepción de la Sierra, cumplió 30 años y sigue firme como una empresa enteramente familiar, que goza de buena salud y crece sin ambiciones desmedidas.
Según el INYM, “Sol y Lluvia” fue el año pasado la yerbatera número 36 por volumen de ventas en el mercado interno. Con casi 180.000 kilos en paquetes de 1.000 y 500 gramos (Las Marías vende 24 millones de kilos). Sin embargo, es mucho más conocido que otras marcas más grandes por una sencilla razón, atiende fuerte el mercado posadeño, donde comenzó la aventura empresaria de estos productores que querían dar el salto a molineros.
“No vendas barato, porque te encasillan”
“La primera carga de paquetes la traje yo a Posadas en la camioneta. Papá me dijo ‘no la vendas a bajo precio, porque cuesta mucho hacer algo de calidad’, así que me fui con la idea de no volver hasta que no vendiera todo. Por supuesto, como cualquiera que quiere vender un producto alimenticio, fui directo al supermercado más grande y conocido de la ciudad. Ahí me vio venir el guardia y de lejos nomás me dijo. ‘¿Yerba?, no ya tenemos mucha'”, recuerda Fabián Pawuluk en una entrevista en la redacción de Economis.
Fabián (46 años) y su hermano Sergio, trabajan codo a codo con sus padres, Luis Felipe y María Isabel, quienes iniciaron con el molino yerbatero en 1990. El país estaba en crisis, Alfonsín se acababa de ir anticipadamente del Gobierno y Menem no alcanzaba a dominar la inflación. Recién el año siguiente vendría la convertibilidad de Domingo Cavallo, un período tan nefasto para el pequeño productor misionero.
Sin embargo, Pawluk vio la oportunidad con un crédito blando del Banco Nación que le permitió comprar los envases y algunas máquinas para completar el molino. Los envases los hizo el empresario Miguel Gartner, que les dio una buena mano para arrancar. Gartner es dueño de la firma Envasando, que desde Alem produce los paquetes de varias yerbateras, como de otros productos.
Los Pawluk y el equipo de diseño de Envasando van retocando el diseño de “Sol y Lluvia”, aggiornándolo a estos tiempos. El colorido paquete muestra el verde del campo misionero en forma de suaves colinas, una buena nube azul tirando gotas gruesas sobre ese campo fértil y el sol apareciendo atrás. Uno mira el paquete y dan ganas de que llueva, para tomar un buen mate mientras el sol empieza a despuntar en el horizonte.
Método de secado barbacuá
Desde el comienzo, la historia de “Sol y Lluvia” está vinculada al secado por barbacuá, algo que se transformó en su ventaja comparativa. Este método es bien artesanal para una industria de consumo masivo.  “La hoja verde entra al secadero y permanece por entre 28 y 34 horas. Obviamente, producís menos porque demanda más tiempo que el método tradicional, secás menos kilos”, dice Pawluk.
También con el estacionamiento los Pawluk se lo toman con calma, sabedores de que es la clave de un buen sabor. “Estacionamos entre un año y un año y medio”, afirma.
Primero, probó con el vino
El abuelo de Fabián llegó de Ucrania a comienzos del siglo pasado y fue el que arrancó con la producción de yerba en la chacra. Dicen que primero quiso probar con viñedos, hasta que se dio cuenta que esta era la tierra del “oro verde” y la uva no salía buena para el vino.
“Los comienzos no fueron fáciles, apenas supieron que íbamos a poner nuestra propia marca, una yerbatera vecina que nos compraba la yerba, nos dejó de recibir”, explica Pawuluk.
La historia de “Sol y Lluvia” demuestra que un productor chico puede ocupar su lugar en el competitivo mundo yerbatero y vivir bien de esa actividad, en lugar de ser eternamente un productor que lucha por que le acepten la materia prima a un precio justo.
Por supuesto, hay que trabajar y mucho. Otra de las claves parece ser no volverse loco con el crecimiento. “Nosotros tenemos muchos clientes pero no podemos expandirnos desmedidamente porque nos quedaríamos sin yerba”, explica Pawuluk. El año pasado según el INYM, “Sol y Lluvia” tuvo un incremento de las ventas del 11%.
Los chicos también pueden
La yerba mate está pasando por uno de sus ciclos de prosperidad, como lo ratifican las cifras del INYM que demuestran que el consumo no se resintió a pesar de la crisis, o los récords de exportación. Algunos productores y secaderos se están dando cuenta y se animan a sacar su propia marca, como hicieron los Pawuluk hace 30 años, cuando la yerba también atravesaba un buen período.
“Es cierto, hay una tendencia a que cada vez más secaderos chicos saquen su propia marca de yerba, y también hay gente que hace su propia marca con empresas como la nuestra, nosotros le estamos envansando”, confirma Pawluk.
La historia de esta familia de Tres Capones demuestra a las claras que el productor puede ser industrial en este negocio, poniendo esfuerzo, trabajo y quizás, teniendo bien en claro el lugar y el rol de cada marca en el amplio mundo yerbatero.
O sea, la clave es saber ser una yerbatera chica. Porque ahí también está el secreto. Así fue la primera lección que recibió Fabián cuando salió a vender la primera producción de paquetes de yerba de Tres Capones, con la presión del papá que le dijo que vendiera bien y no se volviera con las manos vacías.
-¿Cómo lo resolviste, a quién le vendiste esa primera carga?
-Jajaj. Uno siempre mira los grandes, como la cadena de supermercados a donde fui. Pero la clave está en los más chicos. Me fui a La Placita, y ahí terminé vendiendo todo. De ahí el boca en boca comenzó a hacer conocida la marca, así luego entramos en panaderías, comercios de la zona y estaciones de servicio. Desde entonces, papá siempre dice que “hay que atender siempre bien a La Placita”, y esa es nuestra lógica, atender bien a aquellos que nos ayudaron a crecer como empresa.

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