Los prejuicios apocalípticos de un consultor

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Eduardo Fidanza. La Nación – Teorías sociales que por su valor pueden considerarse clásicas, pero ya no aptas para entender el presente, mantienen imperturbable vigencia cuando las culturas políticas repiten los mismos comportamientos del pasado. En una época en que las divisiones ideológicas recrudecen bajo la forma de luchas irreconciliables, es lo que ocurre con algunos textos de psicología social, particularmente los que ahondan en el prejuicio. Entre ellos se destaca un libro que ya se mencionó en esta columna: The Nature of Prejudice, de Gordon W. Allport, publicado en 1954 en los Estados Unidos y editado aquí por Eudeba en 1962. La versión argentina, cuya revisión técnica estuvo a cargo de Eliseo Verón, alcanzó cinco ediciones. Según Allport, el sentido de sus investigaciones es hacer un aporte a un campo en el que los seres humanos, a diferencia de lo que ocurre en las ciencias duras, avanzaron muy poco: las relaciones humanas, que con exageración pedagógica él consideraba estancadas en la Edad de Piedra.
La naturaleza del prejuicio se actualiza al observar las conductas agresivas empleadas para profundizar los conflictos políticos hasta convertirlos en grietas insalvables. En esa dinámica, serán los intelectuales y los consultores, antes que los militantes, los que elaborarán las razones para justificar el rechazo visceral de unos partidos hacia otros. Un ejemplo paradigmático de esta práctica lo constituye una desconcertante columna de Jaime Durán Barba , publicada en Perfil el fin de semana pasado bajo el título ” Cristina, Maduro y el autoritarismo”. La verdad es que, para decirlo en lenguaje llano, este escrito es una verdadera “joyita”, recomendable para un trabajo práctico universitario sobre el prejuicio que estudió Allport.
La columna de Durán se estructura en cuatro pasos. En el primero construye el concepto de “extremista”, en el que ubica a nazis, comunistas, falangistas, guerrilleros de izquierda y a las tres A. Como es obvio, este grupo recibe una valoración muy negativa, que Durán reafirma asimilándola a la personalidad autoritaria descripta por Adorno, para sostener que sus integrantes son machistas, antisemitas, misóginos, homofóbicos y mesiánicos. El segundo paso es una alusión a Hugo Chávez , al que vincula con las posiciones antisemitas de Norberto Ceresole, un nacionalista argentino que lo asesoró. El tercer paso consiste en estigmatizar al peronismo, afirmando que utilizó (“con otras palabras”) los argumentos de Ceresole para cuestionar a Frondizi, Illia y Alfonsín, acusándolos de encabezar gobiernos antipopulares. Son las mismas consignas revolucionarias, escribe Durán, que levantan ahora los partidarios de Maduro en la Argentina para atacar a la democracia. Desde Baradel hasta Pino Solanas, pasando por Yasky y Grabois.
En el cuarto paso condensa los significantes anteriores -extremismo, chavismo y peronismo-, para afirmar, al cabo de un párrafo en que equipara a Guillermo Moreno con López Rega y a la Guardia de Hierro con los Montoneros: “Si Cristina gana las elecciones, cambia la Constitución, como anuncia, y arma a los barrabravas , a su Vatayón Militante de presos comunes, a los motochorros y a grupos de narcotraficantes para que maten a sus opositores, tendríamos una guardia semejante”. Provoca escalofrío esta sombría predicción, pero como se verá encaja perfectamente en las explicaciones de la psicología social del prejuicio.
El método que Durán Barba utiliza Allport lo denomina “construcción de categorías” y luego, sobre ellas, de estereotipos. Las categorías son generalizaciones útiles para la vida social si poseen fundamento y propias del prejuicio cuando entran en conflicto con las evidencias. Estas afirmaciones conducen al estereotipo, que Allport define como una creencia exagerada asociada a una categoría para justificar la conducta que adoptamos hacia ella. Por eso, sabiendo que exageró, Durán aclara al final de su texto que hay peronistas (y católicos) que respetan la democracia. Sostendrá Allport que ese es el típico recurso defensivo del antisemita: “Tengo un amigo judío…”. Nada nuevo en materia de endogamia e intolerancia: Durán Barba adopta la misma conducta que critica.
Si fuera un columnista más, vaya y pase. El problema es que se trata del principal consejero en comunicación del Presidente, considerado un gurú por la mesa chica del Gobierno. Este consultor, que pretende ser un profesional moderno y democrático, parece que quisiera hacernos retroceder a la Edad de Piedra de nuestras guerras civiles. Hundirnos aún más en la grieta para sacar rédito político. Olvida que mal o bien existen instituciones idóneas para resolver los conflictos sin atizar la división: el Parlamento para los honestos, la Justicia para los delincuentes.
Acaso dictadas por la desesperación ante una eventual derrota, las afirmaciones del asesor presidencial dañan el sistema. Y lo banalizan, al esconder bajo la apariencia de argumentos intelectuales una serie de prejuicios apocalípticos al servicio de una mera estrategia de marketing electoral.
 

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