Los genocidas financieros

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El genocidio financiero suele ser más letal que el genocidio “convencional”, definiendo a este último como el que utiliza la violencia física para masacrar poblaciones o grandes grupos de ellas, sea por cuestiones políticas, aberrantes concepciones geopolíticas, raciales, religiosas, etc.
El genocidio “convencional” causa inmediata repulsión por la extrema violencia física que lo caracteriza, y es muy difícil de ocultar a la opinión pública y al juicio de La Historia; lo que por lógica consecuencia implica una alta posibilidad de condenas a sus perpetradores, incluso cuando gozan de cierta protección mediática o las coberturas sutiles pero poderosas de los poderes establecidos.
Ejemplo de eso último (y no es el único), son las condenas judiciales de Iraq a Aznar, Blair y Bush (h), considerados los perpetradores del genocidio bélico que significó la invasión al citado país árabe asiático con sus secuelas de miles de muertes civiles y la devastación del país. No se puede desconocer que esa condena no tendrá efectos prácticos, pero el escrache queda, y el juicio de la historia objetiva también.
En cambio, los genocidas financieros, que empobrecen a millones de personas en forma brutal e inmisericorde, que hacen vegetar en la miseria abyecta a millones de excluidos de la selva financiera, causan o aceleran muertes por desnutrición, falta de atención sanitaria, por desamparo crónico (como pasa con los sin techo), y por desesperación que lleva a la depresión crónica y al suicidio; esos genocidas tienen un accionar silencioso y en muchos casos inicialmente imperceptible, por una sumatoria de motivos.
Esa sutilidad que hace pasar desapercibidos los efectos iniciales de las operaciones de genocidios financieros, obedece a diversas causas, entre ellas el tecnicismo de muchas de las medidas que las hacen poco visibles o inicialmente incomprensibles para mucha gente; la fuerte cobertura mediática que desvía la atención o las cubre con falsedades y distorsiones; las acciones de agentes de desinformación que operan desde múltiples frentes, etc.
Son los mismos que promueven la globalización salvaje, la misma que aspira a convertir en simples números desechables a la mayoría de la población, sobre todo la de los países excluidos del núcleo de las Potencias Atlantistas.
Son los que buscan y presionan de diversas formas, para desarmar totalmente el Estado del Bienestar, el mismo que fue el motor que produjo los llamados “treinta años gloriosos”, desde fines de la Segunda Guerra Mundial hasta mediados de los años ’70, durante los cuales se aplicaron políticas económicas keynesianas, que produjeron no solo crecimiento sino también desarrollo general con mejor distribución de la riqueza, en fenómenos a escala planetaria, que además como efecto colateral terminaron con casi todos los casos de colonialismo territorial en el mundo, con las positivas secuelas de procesos de independencia en África y Asia, así como retrocesos significativos en casos recalcitrantes de racismos institucionalizados, como los de EEUU, Sudáfrica y otros.
Los genocidas financieros son los que buscan la desaparición de los Estados nacionales, buscando la esclavización de las poblaciones a los dictados tiránicos de la élite financiera global, contando con las complicidades de las potencias atlantistas y sus socios menores.
Pero los genocidas financieros no tienen plazos concretos, tienen objetivos permanentes que avanzan si encuentran terreno propicio, previamente “ablandado” por sus operadores mediáticos y otros en las sombras (como los de ciertos “servicios” expertos en tareas de difamaciones y de instalación de falsedades y verdades a medias). Retroceden si se los enfrenta con coherencia, lo cual no significa que no vuelvan a intentar encaramarse al poder para perpetrar sus fines, mientras siguen con sus infames tareas de zapa.
La creación de condiciones propicias para instalar rígidos esquemas de genocidio financiero tiene diversas metodologías, pudiendo señalarse sin ser las únicas las siguientes: la compra de voluntades, la siembra de confusiones y descontentos, la instalación de pautas profundas de colonización cultural, las presiones económico – financieras y/o judiciales, y de última la violencia interna prefabricada, o si eso fallara, la agresión externa directa, como lo hicieron por caso en Iraq, Libia, en cierta forma Ucrania, como quisieron hacerlo en Irán, y ahora se estaría por desatar en Venezuela y Nicaragua.
Los genocidas financieros utilizan arteros métodos usando a personeros enquistados en los sistemas políticos, para desguazar los organismos regionales, que de haberse consolidado, fortalecerían a nuestras naciones y a nuestros pueblos.
En los países en los que se asientan y logran imponer sus nefastas políticas, destruyen sus industrias, sus sistemas educativos, sanitarios y previsionales, desguazan sus entes tecnológicos, y transforman sus fuerzas armadas en simples policías cuando no en esbirros al servicio del sistema financiero transnacional, previa cooptación de voluntades mediante prebendas y con un severo y a la vez sutil proceso de colonización cultural en grado superlativo, prácticamente a niveles de descerebramiento total, como se hizo con vastos sectores de clases medias y muchos cuadros de las FFAA y FFSS (*) en Argentina en los últimos 63 años, y sobre todo a partir del nefasto “proceso”, el cual utilizó a las propias fuerzas armadas como tropas de ocupación al servicio de los intereses antinacionales…¡pero eso si, con mucho himno y bandera!
Eso es lo que el patriota Dr. Julio Carlos González llama “patriotismo cromático y musical”, que se agota en los simbolismos careciendo de contenido.
Los genocidas financieros, desde Rivadavia en adelante, operaron constantemente, con claros picos de exacerbación de sus acciones en largos años de gobiernos reaccionarios –ultra conservadores en lo político y ultra liberales en lo económico-, con muy pocas y honrosas excepciones durante los pocos gobiernos de orientación Nacional que hemos tenido.
En esos períodos de excepción a las constantes liberales, como la época de Rosas, los gobiernos de Yrigoyen, de Perón, y de los Kirchner, y como lo intentó Frondizi; o no se tomó nueva deuda externa, o se canceló totalmente, o se disminuyeron sustancialmente los montos de deudas totales. Y a la historia real con datos sólidos –no la edulcorada historia al cuento del mitrismo y sus continuadores- podemos remitirnos para corroborar eso.
A partir del siniestro “proceso” (**) con la dupla Videla – Martínez De Hoz, se instaló el neoliberalismo en Argentina, con todas sus secuelas nefastas, continuando casi sin solución de continuidad desde 1976 a 2001, cuando eclosionó todo, agravándose a partir de la profundización de las “recetas” del FMI, el Banco Mundial y el Consenso de Washington en el menemato y el delarruato.
Con el macrismo, volvieron las mismas “recetas” en versiones recargadas, dispuestos claramente a llevarse todo por delante, y esta vez en rumbo acelerado a la disolución nacional, que era el objetivo de máxima en 2001 (no tuvieron tiempo y les estalló el modelo apátrida en las manos, ante la reacción popular).
El crédito descomunal pedido (rogado) al FMI es la excusa perfecta para aplicar sin misericordia alguna lo que resta para el desguace total, con el país inerme para resistir presiones y con buena parte de la población mentalmente anestesiada por el constante martillar de los medios adictos (casi todos), en operatorias ya desenmascaradas de fuertes acciones psicológicas y sociológicas muy estudiadas y perfeccionadas, para cooptar voluntades y manejar a gusto a la opinión pública, como se difundió en el sonado caso de Analytica Cambridge (del cual en Argentina casi nadie sabe nada del tema, por el cerco mediático).
En poco más de dos siglos de existencia, nunca estuvimos tan al borde de la hecatombe general, y en plena marcha hacia el abismo. Solo los estúpidos, o colonizados mentales en grado superlativo, o los muy mal pensados, pueden atribuir este desastre al infantil argumento de “la pesada herencia”.
(*) Fuerzas Armadas y Fuerzas de Seguridad.
(**) Proceso de Reorganización Nacional, nombre autoasignado al gobierno del golpe de Estado Neoliberal de 1976.

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