La tortura del dato crea un nuevo relato

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El pasado martes Fernando Iglesias (quizá el comunicador cambiemita de mayor rebote en Twitter) publicó una nota en La Nación, llamada “Cuando el dato mata el relato”. No me voy a meter a analizar su visión sobre la realidad argentina en términos de peronismo-antiperonismo, sino a estudiar los datos que allí utiliza para robustecer sus argumentos. Premisa básica, y en la que acuerdo con el autor: es saludable que hoy tengamos un INDEC medianamente confiable. Pero veamos lo demás (pongo un cuadro resumen con los principales puntos flojos de su argumento; el detalle de mi argumentación está en los párrafos que siguen, que llevarán no más de 10 minutos de lectura). Para el interesado, la metodología de los datos basados en la EPH calibrada se encuentra disponible aquí.

 

Dice Iglesias:

1) El relato dice que por culpa del neoliberalismo hay una ola masiva de despidos. Pero el dato demuestra que el mismo año en que Cambiemos desactivó la bomba de tiempo saliendo del cepo y el default, la desocupación bajó a pesar de que 2016 fue el año de mayor aumento del desempleo en América latina en la década, según la OIT. A pesar del contexto internacional desfavorable, en la Argentina antiobrera de 2016 la pérdida de 63.000 empleos del primer trimestre fue compensada por una recuperación de 144.000 puestos a fin de año, con un balance final positivo de +81.000 empleos registrados, según el Ministerio de Trabajo. Los datos del Indec confirman: para diciembre, la desocupación había bajado al 7,6% y la tasa de empleo interanual había subido del 41,5% de Cristina al 41,9% de Mauricio-gato; lo que en números sencillos significa 106.000 puestos de trabajo más.

Primero, decir que “la desocupación bajó” con el nuevo gobierno del modo que Iglesias lo hace es erróneo. En sentido estricto, por cuestiones de estacionalidad, no está bien comparar un cuarto trimestre (7,6%) contra un segundo trimestre (9,3%). En efecto, una comparación precisa debería ser siempre contra el mismo período del año previo (en este caso, 2015), cuando el kirchnerismo todavía era gobierno. El último dato oficial de desocupación kirchnerista es el del tercer trimestre de 2015 (5,9%), ya que el del cuarto trimestre de 2015 nunca se publicó. Sin embargo, hay (legítimas) dudas sobre la confiabilidad de los datos de desocupación de 2015 y opto por no poner las manos en el fuego por ellos.

Usemos entonces una solución alternativa: los datos de mercado de trabajo de CABA, que no fueron impugnados por nadie y que no tuvieron la discontinuidad en las series de INDEC. Según CABA, el desempleo promedio de los cuatro trimestres fue del 7,8% en 2015 y del 9,2% en 2016, esto es, una suba de 1,4 puntos porcentuales. Lógicamente, tomar datos de CABA no es la solución ideal por la menor cobertura geográfica, pero es un second-best dada la restricción de datos existente.

Luego, hay que tomar con pinzas los datos que usa Iglesias para hablar de +81.000 empleos registrados. Primero, debemos comparar contra noviembre de 2015, no contra diciembre (ya que Mauricio Macri asumió el 10 de diciembre, esto es, fue presidente dos tercios del mes). En el sector asalariado formal privado en enero de 2017 hubo 55.000 asalariados formales privados menos que en noviembre de 2015, según el Ministerio de Trabajo (es cierto que hay recuperación desde mediados de 2016, pero todavía no se compensó ni de cerca la pérdida del primer semestre). Aún más, la caída del empleo formal privado de 2016 (-0,7%) es la más profunda desde 2009 y la segunda más alta desde 2002; en 9 de 24 provincias, la caída del empleo formal privado es la peor desde 2002, todo según datos del Ministerio de Trabajo (el interesado puede ver el análisis completo acá).

Recalco este dato porque el “empleo asalariado formal privado” ha sido tomado por el macrismo como la referencia para decir durante la campaña electoral 2015 que “en Argentina hace cuatro años que no se genera empleo”. Tal frase es desmentida por el Ministerio de Trabajo actual, ya que entre 2011 y 2015 el crecimiento del empleo asalariado formal privado fue del 4,7% -muy mediocre, pero positivo al fin y algo por encima del crecimiento demográfico, del 4,3%-. Dentro de su cálculo de 81.000 empleos creados en 2016 (49.000 si tomamos desde noviembre de 2015 en lugar de diciembre) Iglesias contempla entre otras cosas a: i) el empleo público (+29.000), otrora denostado por él por “ñoqui” (ver un ejemplo, acá), y ii) empleos independientes no asalariados como los monotributistas (+38.000) y monotributistas sociales (+28.000). Esto es importante pues el aumento de monotributistas no se explica tanto por una mayor generación de empleo, sino por una mayor formalización de trabajadores independientes como efecto de la AUH para hijos de monotributistas a partir de abril de 2016 (una de las medidas positivas del gobierno actual). Esto probablemente haya incentivado a monotributistas irregulares (pagaban cada tanto) a regularizarse (que es lo que cuenta el SIPA): el cobro de la AUH implica un ingreso que incluso supera el pago del monotributo (sobre todo cuando se tiene más de un hijo). En efecto, es llamativo cómo el número de monotributistas formales empieza a crecer justamente a partir de abril. De este modo, hay cierta ilusión estadística en este último guarismo.

Respecto a la tasa de empleo (ocupados cada 100 habitantes) del 41,5% (2015) y 41,9% (2016) vale hacer dos aclaraciones. Primero, la más importante: la EPH cambió fuertemente sus proyecciones muestrales entre 2015 y 2016. En 2015 había más niños y más proporción del Interior; en 2016, hay más adultos y mayores y más peso de los partidos del GBA. Eso vuelve a secas incomparable ambas tasas de empleo si no se armonizan ambas EPH. Segundo, nuevamente no es correcto comparar un segundo trimestre (de 2015) contra un cuarto (de 2016). En el segundo trimestre de 2015, la tasa de empleo (recalibrada por grupo etario, sexo y aglomerados urbanos para que sea comparable con la actual EPH, ver detalle aquí) fue del 41,7% (cifra idéntica a la del segundo trimestre de 2016), y del 42,3% en el tercer trimestre de 2015 (cifra levemente mayor a la del mismo período de 2016, que fue 42,1%).

 

Si bien los datos de desocupación del INDEC pre 2016 no son del todo fiables, no parece haber inconsistencia alguna en lo que refiere a empleo (existen indicios de que había una oficina “matadesocupados” que transformaba algunos desocupados en inactivos, no en ocupados). Si usáramos datos de las incuestionadas Estadísticas de CABA, tendríamos que en el tercer trimestre de 2015 la tasa de empleo era del 50,8%, en tanto que en el mismo período de 2016, del 50,2%. Para ambos cuartos trimestres, las cifras son respectivamente de 51,7% y 51,6%.

En resumen, es cierto que el mercado de trabajo no explotó en 2016. Pero tampoco hubo dinamismo (es inverosímil que en un contexto recesivo como 2016, con caída del PBI del 2,3%, crezca la tasa de empleo como menciona Iglesias; toneladas de papers econométricos muestran una ligazón altísima entre actividad económica y empleo) ni “baja del desempleo”. Agrego dos datos más:

a) hay evidencia de cierta precarización en el mercado laboral: según el INDEC, en el segundo trimestre de 2015 por cada 100 ocupados, 51 eran asalariados formales (el resto, asalariados informales o independientes –vale decir que la gran mayoría de los trabajadores independientes son altamente vulnerables, y que por ello no es casualidad que haya una gran correlación inversa entre nivel de desarrollo económico y cuentapropismo-). En el segundo trimestre de 2016, tal cifra fue de 50, y no se revirtió en los dos trimestres que continuaron (ver gráfico a continuación). Los datos de las estadísticas porteñas (incuestionados y sin rupturas temporales) van en la misma dirección: en 2015, en promedio, en CABA el 57,8% de los ocupados era asalariado formal. En 2016, tal cifra había caído al 56,6%, a expensas de mayores asalariados informales y mayor cuentapropismo.

b) Aunque Iglesias lo omita en su “relato”, vale tener en cuenta que, según el INDEC y a pesar del discurso “pro-emprendedor” del gobierno, entre el cuarto trimestre de 2015 y el cuarto de 2016 se destruyeron 4.462 empresas formales (la mayoría de ellas pymes).

 

Sigamos. Dice Iglesias:

Dato mata relato. El relato sostiene que la pobreza subió porque el gobierno de los ricos padece de insensibilidad social. Pero el último dato publicado por el Indec lo desmiente: la pobreza cayó del 32,2% al 30,3% de la mitad a finales de año. En términos simples: del millón y medio que cayó en la pobreza a principios de 2016, un millón ya salió y otros siguen saliendo. “La pobreza bajó porque hubo un cambio en el método de medición”, gritan los del relato. Pero un estudio reciente del Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales de la escasamente macrista Universidad de La Plata demuestra que si se miden con los métodos actuales los resultados de Cambiemos (32,2% a mitad de año y 30,3% al final) no superan el 32,7% de 2014 ni el 30,5% de 2015 kirchneristas.

Varias cuestiones aquí. Primero, es cierto que la pobreza no subió en 2016 más de lo que lo hizo en 2014 (digresión: ¿qué hubiera pasado con la pobreza en 2014 con los flujos de divisas de la deuda externa contraída en 2016?). Ahora bien, el dato que Iglesias toma del CEDLAS tiene varios problemas. Primero, el ya mencionado del cambio muestral que se hizo en la EPH (en 2013–14 la EPH pasó a tener más niños y menos adultos/mayores producto del cambio de proyecciones a partir de resultados del Censo 2010, y en 2016, con el nuevo INDEC, se revirtió eso). Ello es importante, porque, a) la tasa de pobreza es mucho más baja en personas mayores que en niños, y b) porque tener más adultos/mayores implica mayores perceptores de ingresos que si hay niños. Este efecto (menos niños y más adultos/mayores), por sí solo, baja 0,7 puntos de pobreza.

Segundo, como dijo INDEC hace unas semanas, no es lícito comparar un trimestre (segundo trimestre de 2016) contra un semestre (segundo semestre de 2016). La razón es estacional: en los trimestres impares (primero y tercero) la pobreza tiende a bajar pues se computa respectivamente el aguinaldo de diciembre (captado en la EPH de enero) y junio (captado en la EPH de julio). Sin contar el aguinaldo, la pobreza en el tercer trimestre habría sido del 32,3% (similar a la del segundo trimestre), en lugar del 30,7% (contando el aguinaldo). La baja sí se produjo en el cuarto trimestre (29,9%) debido a la moderación inflacionaria y cierta reactivación económica. Pero decir que la pobreza bajó del 32,2% al 30,3% (1,9 puntos porcentuales) es técnicamente erróneo, por comparar un trimestre sin aguinaldo contra un semestre con aguinaldo.

Tercero, el 30,5% de pobres del primer semestre de 2015 se transforma -con la sola calibración de la EPH 2015 para volverla comparable con la de 2016- en 29,8%. (En nuestro cálculo, hecho con los economistas Guido Zack y Federico Favata, tenemos 29,5%, debido a pequeñas diferencias en el IPC usado con el CEDLAS; nosotros usamos IPC-San Luis, IPC-CABA e IPC-Córdoba, en tanto el CEDLAS usó el de la consultora de Graciela Bevacqua; de todos modos, es una diferencia menor y no significativa desde lo estadístico). Ahora bien, si bien no contamos con microdatos de EPH, toda la evidencia por otras fuentes muestra que la pobreza bajó en el segundo semestre de 2015.

Veamos. Primero, la canasta básica total (tomando datos del IPC-San Luis, IPC-CABA e IPC-Córdoba y reponderando el peso de los alimentos, que es mayor en la canasta básica total que en los IPC) se encareció 12,3% entre el primer semestre y el segundo semestre de 2015. Ahora bien, veamos qué ocurrió con los ingresos: primero, los salarios de los empleados públicos (surge del Índice de Precios Implícitos de “Administración Pública”, “Salud pública” y “Enseñanza pública” del INDEC actual) subieron 18,7% en el mismo período. Los salarios de los trabajadores privados registrados, según la mediana del SIPA, lo hicieron en 18%. Por su lado, la jubilación mínima subió 14,3% y la AUH 25% (ambos datos de ANSES). Es decir, todos estos ingresos le ganaron a la inflación en el segundo semestre de 2015.

Pero no sólo ello: otra clave para medir la pobreza es ver qué ocurrió con la cantidad de perceptores de ingresos (teniendo en cuenta que el crecimiento demográfico entre ambos semestres fue del 0,5%, de modo que si aumenta una variable menos que 0,5% en rigor está implicando un deterioro). El empleo asalariado formal creció 1,6% entre ambos semestres (sobre todo traccionado por el empleo público, aunque el formal privado también se expandió). Por su parte, el resto de los trabajadores formales (monotributistas o autónomos, por ejemplo), lo hizo en 1% (datos de Ministerio de Trabajo actual en base a SIPA). Según ANSES, la cantidad de jubilados perceptores de haberes creció 4,1% entre ambos semestres de 2015; además, los jóvenes beneficiarios del programa Progresar pasaron de 533.000 en el primer semestre a 859.000 en el segundo (+326.000). Sí hubo una retracción en los beneficiarios de la AUH (-82.000), que no compensa la suba del Progresar en el neto.

Ahora bien, teniendo en cuenta todo esto, con Zack y Favata hicimos una simulación en la EPH, para tener en cuenta el impacto en la pobreza (dado que, como dijimos, no contamos con microdatos del tercer y cuarto trimestre). Como no disponemos de datos de empleo informal, hicimos lo siguiente: comparamos los informales según la EPH de los segundos trimestres de 2015 y 2016, y completamos la tendencia (si, por ejemplo, subieron los informales, asumimos que la creación de puestos de trabajo se fue dando paulatinamente en los trimestres con microdatos faltantes; lo mismo hicimos con los ingresos, como se detalla en la metodología). Nuestra estimación arroja una previsible baja de la pobreza en el segundo semestre, hacia la franja del 27,7%.

De este modo, el 30,3% del segundo semestre de 2016 sería comparable con el 27,7% del mismo período de 2015. Los datos del poder adquisitivo de la AUH, de la jubilación mínima o de los salarios muestran un deterioro en 2016 (todos subieron treinta y poco por ciento contra una inflación que, según las distintas estimaciones –IPC CABA, IPC Provincias, IPC Congreso, IET, FIEL-, rondó el 39/41%). Ello es consistente con una suba de la pobreza que, al igual que lo que ocurrió con el mercado de trabajo, no es explosiva (como lo fue en 2002) aunque sí preocupante.

Si dudan de la simulación que hicimos, podemos buscar otra fuente de datos que ratifica lo mismo: nuevamente, las estadísticas porteñas (con la limitante de la cobertura geográfica). El poder adquisitivo del ingreso (per cápita) del 40% más pobre de CABA subió 12,2% entre el primer y el segundo semestre de 2015, según datos oficiales del gobierno porteño (ver Gráfico a continuación). En el primer semestre de 2016, cayó 17%, para luego recuperar 5% en el segundo semestre. De todos modos, en el segundo semestre de 2016, tal poder de compra del 40% más pobre porteño fue 12% inferior al del mismo período de 2015. Esto que aquí describimos es completamente consistente con la tendencia de la pobreza referida en el párrafo previo.

 

Por último, un tercer punto: la evolución de las importaciones. Dice Iglesias:

“Hoy, el relato dice que una epidemia de importaciones se abate sobre la industria; pero el dato demuestra que el anterior gobierno sextuplicó las importaciones en doce años, rifando un superávit de US$ 16.661 millones para dejar un déficit de US$ 2968 millones, y que en el cipayo 2016 de Macri la Argentina volvió a tener superávit porque redujo 7% sus importaciones (…) Además, según datos oficiales confiables de los que disponemos por primera vez en diez años, no sólo están bajando la desocupación y la pobreza, sino que casi se han duplicado las reservas (de US$ 24.855 millones que dejó Cristina a US$ 46.632 millones), revertido el déficit comercial (de un saldo negativo de US$ 2968 millones a uno positivo de US$ 2128 millones) y bajado la inflación a la mitad (de doce a seis puntos en los primeros trimestres de 2016 y 2017, respectivamente)”.

Primero, es cierto que las reservas prácticamente se duplicaron durante el nuevo gobierno, lo cual es una buena noticia, ya que muestra una mayor liquidez de corto plazo. Omite decir Iglesias que tal aumento de las reservas se debe prácticamente en su totalidad al endeudamiento externo, al que el gobierno anterior optó (en mi opinión, erróneamente) por utilizar en cuentagotas en sus últimos años, impidiéndole crecer. (Vale aclarar que el endeudamiento externo, si no sirve para generar en el mediano plazo divisas genuinas como por ejemplo más exportaciones, afecta severamente a la solvencia del país).

Ahora bien, veamos el resto del párrafo. Primero, en Argentina (y en la gran mayoría de los países del mundo) siempre las importaciones crecen cuando lo hace el PBI. Si las importaciones se sextuplicaron entre 2003–2015, ello se debió en buena medida a la expansión económica. En efecto, en 2009, 2012 y 2014 (todos años recesivos) las importaciones cayeron. Segundo, las importaciones en CANTIDADES subieron en 2016 un 4%, pero como los PRECIOS cayeron 10,4% (producto de, por ejemplo, sobreoferta global en países manufactureros), el VALOR de las importaciones mermó 7%. Para comprender si las importaciones afectan a nuestra producción local debemos tomar CANTIDADES y no VALOR (del mismo modo que usualmente analizamos el PBI en precios constantes –volúmenes físicos producidos- y no tanto en precios corrientes). Este crecimiento del 4% es muy anómalo en Argentina: como dijimos, en general, cuando crece el PBI, crecen las cantidades importadas (por mayor demanda) y viceversa. Sin embargo, lo de 2016 (recesión con suba de cantidades importadas) sólo se dio en 1916, 1925, 1945 y 1975. Hay que agregar un dato extra: en bienes de consumo, las cantidades importadas crecieron 17%, a pesar de la recesión y la caída de la demanda interna. La consecuencia: sectores industriales como calzado, indumentaria o línea blanca, protegidos previamente con medidas como las DJAI e intensivos en empleo, tuvieron un flojísimo 2016, según se desprende de datos de producción física del INDEC (ver acá). Aún más, la industria manufacturera en su conjunto no para de expulsar empleo formal (lo hace mes a mes desde principios de 2016, según SIPA, y aún no ha tocado fondo). La caída en 2016 rozó el 4%, la más profunda desde 2002 para el sector (probablemente para Iglesias ello no sea un problema ya que el “industrialismo” es una de las causas de la “decadencia” argentina).

Por su parte, el saldo comercial casi siempre mejora con las recesiones, debido a que las importaciones caen. Como dijimos anteriormente, en 2016 las importaciones de bienes cayeron en VALOR, pero no en CANTIDADES (en otro términos, importamos más cosas pero con un precio unitario menor en dólares). Los precios de nuestras exportaciones cayeron menos (-4,6%) y las cantidades exportadas subieron 6,6%. Como los precios de nuestras importaciones cayeron más que los de nuestras exportaciones, tuvimos una mejora de los términos del intercambio del 6,4% en 2016, según INDEC. Es ello lo que explica el grueso de la reversión del déficit; en efecto, sin tal mejora, en 2016 hubiéramos tenido un déficit comercial de 1.492 millones de dólares (y, de haber tenido una economía en crecimiento en lugar de recesión, el déficit comercial se habría ahondado por una demanda aún mayor de importaciones). Aún más, Iglesias omite lo ocurrido en el comercio de servicios (lo anterior se refería a bienes), cuyo saldo empeoró en 2016, de -3.925 millones de dólares a -7.010, sobre todo por el mayor turismo en el exterior.

En fin, sí coincido 100% con Iglesias al final de su artículo, donde dice, parafraseando a los “perionistas”, que la única verdad es la realidad.

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