La hora de acelerar la consolidación fiscal

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Las turbulencias de la economía mundial han puesto en evidencia que el programa de corrección gradual del desequilibrio fiscal tendrá que acelerarse, precisamente cuando las malas noticias que vienen del exterior y las climáticas hubieran hecho preferible evitar tener que transitar ese camino.
El problema a resolver hoy es más grave por la decisión de no avanzar en lo fiscal desde el inicio de la gestión. La magnitud del déficit fiscal heredado y el alto desequilibrio externo en una economía que no crecía mostraban con claridad que era necesario mejorar las cuentas. Esto fue señalado por economistas de FIEL en varias ocasiones desde 2015 en adelante. Haber apostado a que “el crecimiento resolvería el problema por sí sólo”, era una música agradable para los oídos de la dirigencia política pero que, a la postre, resultó en un error grave de diagnóstico profesional que requirió emitir más deuda y que hoy expone al gobierno a pagar un mayor costo político cuando la sociedad parece tener cierta fatiga en reducir los desequilibrios.
En la calibración del programa nuevo que adopte el gobierno nacional debería tenerse presente lo siguiente:
 La clave para el nivel de actividad futuro es mantener el financiamiento que permita una corrección suave del déficit externo. Para que ello sea posible será necesario obtener no menos de US$ 80.000 millones en los próximos tres años. Ello requiere del aporte de la inversión extranjera directa y de préstamos al sector privado, además de los que obtenga el gobierno. Por ello, es clave restablecer la confianza.
 Si se mantiene la depreciación del tipo de cambio real de alrededor de 20% comparado con el año 2017, las cuentas externas mejorarían alrededor de 1% del PIB.
 La mejora fiscal también ayudará. En estudios de FIEL de hace unos años habíamos estimado que una reducción del déficit fiscal de 1% del PIB permitía mejorar el resultado externo en alrededor de 0.4% del PIB. En el estudio de ahorro del BID de 2016 dirigido por Eduardo Cavallo y Tomás Serebrisky se estima que esa mejora en países emergentes sería entre 0.4% y 0.6% del PIB. Por lo tanto, si se supone que el programa del gobierno mejora la posición fiscal en alrededor de 0.7% del PIB cada año respecto del programa anterior, es razonable esperar que ello aporte otro punto de reducción del déficit externo al cabo de 3 años.
 La forma en que se encare la consolidación fiscal tiene consecuencias sobre el nivel de actividad. Dos trabajos recientes para la Argentina de Jorge Puig de la UNLP muestran que el multiplicador del gasto corriente es muy bajo, pero que los multiplicadores de los impuestos y del gasto de capital son bastante más altos. En base a ello puede concluirse que el efecto negativo de la mejora fiscal sobre la actividad económica será menor cuánto más foco se ponga en reducir el gasto corriente. Debe recordarse que para evitar un efecto negativo sobre el PIB se necesitaría que la mejora fiscal produzca un shock de confianza. En el contexto actual, eso parece difícil de lograr.
 La ineficacia del gasto público argentino permite ser optimista sobre la posibilidad de reducir el gasto corriente. Ello requiere revisar todos los programas vigentes para recortar ineficiencias o abusos. El riesgo es que la dinámica política lleve a proponer aumentos de impuestos. Los efectos negativos de esa decisión sobre la actividad y el empleo son más difíciles de ver para el votante y, por lo tanto, la resistencia de los grupos de presión sería menor. Pero debe tenerse presente que lo que no se reduzca de gasto estatal resultará en un menor gasto privado (en otras palabras se cambian empleos privados por públicos). La clave es cortar las ineficiencias: desde gastos tributarios que fomentan inversiones o producción de bajo retorno social hasta programas sociales que no son recibidos por familias de bajos recursos o que se distribuyen a personas que no calificaban para recibir el apoyo estatal del programa (por ejemplo, porque no tienen una incapacidad o no están desempleados). 
 Finalmente, es esencial evitar repetir el exceso de optimismo y la falta de consistencia del programa inicial. Por ejemplo, poner metas de inflación muy ambiciosas o dejarse tentar por atrasar el tipo de cambio en un año electoral.
En resumen, la crisis puede convertirse en una oportunidad si los problemas se enfrentan con realismo, evitando la tentación de seguir el canto de las sirenas que prometían (y todavía prometen) una solución indolora al tremendo desbarajuste económico que dejó el Kirchnerismo. Ello es clave para que el daño, en términos de crecimiento e inflación, de la combinación de errores iniciales y turbulencias externas se limite al segundo semestre de este año.

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