La coyuntura, maltratada por años de estancamiento

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Para describir los principales rasgos de la coyuntura, el sindrome de la “frazada corta” es quizá uno de los más utilizados, siendo también uno de los más apropiados. Y la marcha de la inflación encuadra perfecto en esa caracterización, ya que por un lado sería conveniente que baje a un ritmo más acelerado, para impactar positivamente en el poder adquisitivo de los salarios, pero si ello ocurriera, la recaudación de impuestos como el IVA e Ingresos Brutos no cumpliría las metas fiscales. Con demasiados objetivos y pocos instrumentos, el zigzag es el movimiento dominante, ya que cuando una variable (inflación, dólar, tasas) se aleja del precario equilibrio, se pone en acción una serie de políticas compensatorias. La pericia del navegante, las condicionalidades del crédito del FMI juegan su rol, pero no debe olvidarse que ocho años de estancamiento han debilitado los anticuerpos de la Argentina e imponen severas restricciones, que sólo podrán ser superadas en un horizonte de largo plazo.
En “La década diferenciada de América Latina”, publicado el 13 de enero pasado, se procuraba mostrar que el ciclo de stop and go que inició la Argentina en 2011 y que llevó a crecimiento cero entre ese año y 2018, no fue producto de la fatalidad ni el único escenario posible cuando el precio de la soja comenzó a caer. Por el contrario, el estancamiento entre 2011 y 2018 compara con un crecimiento de 21,9 % en Chile y de 31,6 % en Perú, países que también sufrieron el deterioro de los términos de  intercambio en ese período. El artículo destacaba que esa bifurcación de caminos entre los países de la región (Brasil siguió una ruta semejante a la de Argentina) tuvo que ver “tanto con el modo con el que los gobiernos se apropiaron de los beneficios del  boom que llegó hasta 2011, como con el tipo de políticas económicas con las que se enfrentó la etapa posterior…”.

Las políticas contraindicadas que se aplicaron desde 2011 en la Argentina como reacción al menor precio de las commodities tuvieron severas consecuencias, que han ido más allá de la falta de crecimiento del período. Esto se puso en evidencia cuando en el segundo trimestre de 2018 cambiaron las condiciones internacionales y se frenó la entrada de capitales al país: el nuevo escenario hacía inevitable un ajuste de las cuentas externas, profundo dado el carácter bimonetario de nuestra economía, pero el punto de partida para esa tarea no era el mejor.
El ajuste externo debió hacerse en un contexto que conservaba muchos rasgos de 2015: a) elevada inflación; b) una economía cerrada, con poca incidencia del comercio exterior sobre el PIB y el empleo, siendo que las exportaciones de bienes y servicios (incluido turismo) representaban apenas el 11,2 % del PIB en 2017.
En términos nominales, la devaluación de la moneda local tenía que ser mucho más elevada que la observable en una economía sin inflación, una peculiaridad que desordena al resto de las variables, con el agravante de tener un efecto muy limitado para la corrección del déficit externo, debido a la baja ponderación de las exportaciones, tanto por su valor en dólares corrientes como por su participación en el PIB. Con ventas al exterior que representan sólo 11,2 % del PIB y con una devaluación del peso que introduce mucho ruido en las variables, al final el ajuste externo terminó completándose con la fuerte caída de las importaciones, la otra cara  de la moneda de la recesión.
En términos de empleos, la dinámica es similar, ya que los puestos de trabajo asociados al negocio exportador son sólo una fracción, y lo que predomina es la contracción de la actividad en sectores como el comercio, la construcción y las industrias que no logran ser competitivas.

En la Argentina, los ocupados en el sector privado que están “en blanco” suman 6 millones de personas, fluctuando en torno a ese número desde hace una década. Es una base muy estrecha sobre la que apoyar el tinglado y esto se nota en la altísima presión tributaria que sufren empleados y empleadores. En nuestro país, sólo 13 de cada 100 personas tienen un empleo privado formal, mientras en Chile esa relación es de 26 cada 100. Esta asimetría se potencia por el hecho que en la Argentina el Gasto público equivale a 41 % del PIB, comparado con 25 % en Chile. La mitad de los cimientos para soportar casi el doble de edificio!!.
Por eso no sorprende que, para corregir el déficit fiscal, la Argentina haya recurrido a la peor combinación, con suba de impuestos y baja de la obra pública. Por supuesto que este mix, junto con las dificultades del frente externo, no ha resultado gratuito en términos de nivel de actividad.
Además, cuando se intenta conectar el estancamiento con las tribulaciones de la coyuntura, el factor expectativas adquiere relieve. La fatiga del ajuste no es un capricho de la población, aunque no exista demasiado por repartir. Un trabajo de los economistas Marcelo Capello y Gerardo García Oro de IERAL muestra que la masa salarial (sueldos, jubilaciones y planes sociales) podría recuperarse un 9,4 % en términos reales en el segundo semestre, aún con una inflación de 35 % en 2019, pero así quedaría en el promedio de los últimos años.
De cumplirse esta proyección, la masa salarial de la segunda parte de 2019 se ubicará un 3,7 % por encima del primer semestre de 2011. Un guarismo magro, pero hay que tener en cuenta que, desde 2011, el PIB por habitante ha caído casi un 9 %. Por eso, en este año electoral, más que prestar oídos a las promesas, conviene reparar en las ideas que apunten a dejar atrás tantas experiencias fallidas.
 

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