El siglo XXI: privacidad y avances tecnológicos, dilema o complementación

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La evolución de la sociedad no siempre conlleva la necesaria obtención de valores positivos, en muchas ocasiones los llamados progresos y/o avances presentan un aspecto a tener presente, al menos, cuando no importan un disvalor que para el análisis debe ser tenido en cuenta, y por sobre todo debe a la hora de poner en el centro a los destinatarios, el hombre o la misma sociedad.
 
En efecto, cómo podríamos entender algún avance tecnológico como positivo cuando su aplicación, al menos en parte, sugiera un retroceso respecto de los derechos más elementales del ser humano por los que por siglos se han defendido o logrado obtener.
 
Para ello es que quienes integramos una sociedad con el sentido del progreso definido como el bienestar, en un marco de libertad y respeto, que presumo aún a riesgo de equivocarme, somos los más, tenemos el deber moral de apuntar a preservar los logros obtenidos y alertar cuando no contribuir a que así sea aún sugiriendo una restricción legislativa que los ponga a salvo de efectos probablemente ni buscados ni queridos, pero sino inaceptables o al menos indeseables.
 
Lo que pretendemos compartir en este breve nota es una preocupación que se viene dando en todo el mundo, en especial por aquellos que están siempre preocupados por velar por la protección de los derechos del hombre, evitando el avasallamiento tanto de parte de estados o de corporaciones que son propensos a franquear la línea de las libertades del sistema democrático.
 
Por ello tal vez no deba extrañar que recientemente en la ciudad de San Francisco se haya desarrollado una ley para limitar o prohibir el reconocimiento facial en determinadas circunstancias. Es que de lo que se trata es de alertar sobre hasta donde los beneficios de la tecnología son superados por amenazas insuperables, esto es hasta donde dicha tecnología puede poner o plantear el dilema de la afectación de nuestras libertades más preciadas. No estamos por cierto hablando de cualquier región del mundo sino allí donde a pocos kilómetros está SILICON VALLEY.
 
En España no existe una legislación específica sobre reconocimiento facial, aunque evidentemente si existe una legislación sobre protección de datos. Sin embargo, en las calles del país ya hay cajeros que utilizan el reconocimiento facial y en algunos hoteles se ha comenzado a experimentar con el pago mediante reconocimiento del rostro.
 
En la Unión Europa se ha aprobado crear una base de datos con huellas dactilares y reconocimiento facial de las personas que entran en determinadas plataformas de registración. Algo que parece muy práctico para evitar amenazas terroristas o de otra clase organizaciones criminales, pero que, como dice la ley aprobada en San Francisco, los riesgos de esta tecnología es posible que superen a los beneficios.
 
La legislación aprobada en San Francisco a través de lo que sería una ordenanza, está destinada a detener la vigilancia secreta, tratando de limitar el uso indiscriminado de datos biométricos en la ciudad, entre ellos los sistemas de reconocimiento facial.
 
Este dilema entre tecnología y privacidad se resuelve prácticamente prohibiendo por completo el uso de la tecnología de reconocimiento facial por parte del gobierno local. En un intento de apostar al bien superior que es la privacidad.
 
“Es que debemos tener bien claro dónde está el límite entre el uso legítimo para la vigilancia con el de tener información para ser usada con otros fines como intimidar y oprimir a ciertas comunidades y grupos más que a otros, incluidos aquellos que están definidos por una raza común, etnia, religión, origen nacional, nivel de ingresos, orientación sexual, o perspectiva política”. Tal la definición de la norma materia de este comentario.
 
Los países democráticos velan y lo deben seguir haciendo, por la precisión de estos límites y resguardos. No debemos olvidar que en China se está usando la tecnología de reconocimiento facial en algunas regiones para vigilar a supuestos disidentes del régimen. O que se está usando en algunas superficies comerciales para analizar el comportamiento de los consumidores, a quién no le aterra haber ingresado por Google a ver un destino turístico y a los segundos y por todos lados surgen y llueven avisos de vuelos, hoteles y cuantas cosas puedan relacionarse con lo que uno miro inocentemente. La realidad es que todo esto es la punta de un iceberg inmenso.
Un estudio realizado de 2016 realizado por la Universidad de Georgetown encontró que la mayoría de los adultos estadounidenses aparecen en las bases de datos de fotos de la policía. ¿Cómo ha podido suceder esto? Pues porque la legislación a nivel mundial sobre privacidad tecnológica tiene enormes lagunas. No debemos olvidar que, a los intereses políticos en el uso de estas tecnologías de vigilancia, se unen los intereses empresariales. Amazon ha vendido su tecnología de reconocimiento facial a un gran número de empresas, pero también a los cuerpos policiales en Estados Unidos.
 
Por ello, hace años se debate si se pueden vulnerar los iphones y la información que cada usuario allí posee, o si las plataformas de Facebook o cualquier otra de iguales dimensiones pueden ser vendidas sin más a aparatos de inteligencia, o policiales, o gubernamentales con escaso o ningún control dejando expuesto la intimidad, la privacidad y la vida toda de millones de personas so pretexto de fines loables, para luego quien sabe en qué terminar.
 
Esto debe alertar a todos los ciudadanos que deben preservar sus derechos, debe alertar a la Alta Política de los Países, para que se trabaje seriamente en legislaciones que armonicen los intereses tendientes a asegurar la paz y la seguridad de los pobladores sin en el intento borrar los más elementales derechos humanos.
 
A la ciudadanía le cabe hacer saber sus inquietudes, reclamos y exigencias, a la dirigencia política, legisladores, gobernantes y jueces estar a la altura de tamaña empresa. El progreso del hombre, sus libertades más preciadas y el destino de los pueblos lo necesitan, para que no sea una involución a oscuros tiempos, por medios más sofisticados.

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