El peso de la devaluación se trasladó al precio de los alimentos

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Por Juan Manuel Garzón y Nicolás Torre, fundación Mediterranea. En la medición de INDEC (IPC Nacional) la inflación pasó del 2,2% promedio mensual en el I trimestre al 2,8% en el II trimestre (Gráfico 1). La depreciación de la moneda y el ajuste de tarifas en servicios públicos regulados han dejado su huella en esta aceleración de los precios, considerando que los tres rubros que encabezan el ranking del II trimestre son justamente transporte, servicios de vivienda, agua y energía y alimentos (Gráfico 2).1  

La inflación en alimentos pasa del 2,2% mensual al 3,2% promedio en el cambio de trimestres de este año. En el caso particular de este rubro la influencia del mayor tipo de cambio es inexorable, aunque el traslado a precios de la depreciación luce todavía bajo considerando la magnitud de esta última. Debe notarse que el precio del dólar, de subir al 4,6% mensual en el primer trimestre, pasó a una tasa media del 9,4% en el segundo, es decir, una tasa que es casi tres veces la variación que mostraran los precios de los alimentos.
A continuación se profundiza lo que viene sucediendo con dos grupos de productos muy sensibles en la canasta de las familias, carnes y lácteos, y se especula respecto de qué puede pasar con sus precios en los próximos meses, tratando de incorporar al tratamiento, además de la cuestión macroeconómica (ciclo económico, política económica), la situación particular en la que se encuentran sus respectivos mercados.
Una de las conclusiones importantes del análisis que sigue, es que si bien la depreciación se está sintiendo sobre los precios de los alimentos, existen factores, de naturaleza específica a cada sub-mercado (baja incidencia de las exportaciones, buen desempeño productivo) y/o de característica transversal (ciclo económico), que están operando como barrera de contención de los precios. A corto plazo (lo que resta del año) esto es una buena noticia, dado que facilita el control de la inflación, en un plazo un poco más largo (2019), cuando algunos de estos factores se reviertan (lo que sucederá, por ejemplo, con el ciclo ganadero), aparecerán desafíos adicionales en la política antiinflacionaria del gobierno.
El costo de adquirir una canasta que aproxima el consumo de carnes per cápita promedio (58 kilos de carne bovina res con hueso, 42 kilos de pollo y 14 kilos de carne de cerdo) subió a un ritmo estable del 2,6% promedio mensual tanto en el primer trimestre como en el segundo (con matices entre carnes). No se observa aquí aceleración a nivel del costo de la canasta total.
Una buena noticia la trajo julio, mes del que ya se dispone de información, el precio de esta canasta aumentó sólo un 1,5%. Se trata de una tasa reducida considerando los promedios mensuales antes referidos, pero particularmente la variación de junio que había sido muy fuerte (+6%).
En los primeros 7 meses del año el costo de adquirir esta canasta de consumo representativo ha subido un 19%, una variación que se encuentra levemente por debajo de la inflación medida por INDEC para el mismo período (IPC Nacional). Considerando que en estos meses el dólar subió un 57%, solo un tercio de la depreciación ha pasado a precios de carnes al menos hasta el mes de julio.

Como se mencionara, hay matices en las dinámicas que muestran los precios de las tres carnes que integran la canasta. Los cortes de carne bovina y el pollo han subido un 22% en lo que va del año, mientras que la carne de cerdo se ha quedado muy atrás, con un ajuste de precios al mostrador de sólo el 6%.2
Con respecto a los lácteos, considerando una canasta de productos representativa, la aceleración de precios entre trimestres fue clara, del 0,6% mensual promedio en el primero se pasó al 2,3% en el segundo. Además, junio mostró la tasa más alta del año (+3%).
De todos modos, debe destacarse que los lácteos están lejos de liderar el ranking de inflación, con una variación de precios acumulada de entre 5% y 12% según productos en los primeros seis meses del año. Sólo la manteca se despega del resto y acompaña a la inflación general del período con una variación del 16%. Al mes de junio la tasa de depreciación llevaba un acumulado del 50% desde el arranque de año, una variación que pasó casi inadvertida para los productos lácteos (+9% para la canasta de productos).

Los últimos datos que se disponen (junio para lácteos y julio para carnes) muestran claramente que los precios han respondido relativamente poco al nuevo escenario cambiario.
Si bien la respuesta a un dólar más alto puede demorarse y extenderse durante varios meses, debe marcarse que en el caso particular de los mercados de los productos que se analizan (y seguramente en otros) un traspaso importante de la depreciación a precios finales enfrenta sus limitantes.
En particular pueden señalarse al menos cuatro cuestiones que debieran actuar como barrera de contención, dos de tipo estructurales y dos de tipo coyunturales.
En lo que respecta a los factores estructurales, por un lado, la baja relevancia que tiene hoy la demanda externa en muchas producciones y, por el otro, la presencia de un colchón (más fino o más grueso según los casos) de costos “no dolarizados”, fundamentalmente asociados a eslabones de intermediación y de servicios (distribución, comercio, profesionales) que existe en todas las cadenas y que puede amortiguar el impacto sobre el precio final de los bienes de una suba del tipo de cambio.
En cuanto a los factores más de tipo coyunturales, se encuentran el notable y casi excepcional crecimiento de la oferta que se observa este año en varias de estas actividades y, a contramano del anterior, el ciclo económico, la debilidad de una demanda interna que opera en una economía que está entrando en fase recesiva.
Con respecto a la importancia de las exportaciones como destino de la producción, las exportaciones representan cerca del 15% de la producción en carne bovina, del 17% en lechería, en carne aviar su peso es muy bajo (8%), mientras que en carne de cerdo no hay prácticamente envíos al exterior y las importaciones son relativamente poco relevantes.3
En carne bovina, si bien las exportaciones vienen batiendo récords, no son todavía la polea principal del mercado, que sigue descansando en el elevado consumo interno.4 Se suma también que los segmentos más dinámicos de los envíos al exterior son aquellos dirigidos a China, país que paga poco por la carne que compra (en perspectiva a otros) y que tiene la posibilidad de arbitrar entre varios proveedores a los fines de mantener un abastecimiento de bajo costo.
En lo que hace a lo coyuntural, se observa que la producción está creciendo fuerte en casi todas estas actividades, a un ritmo que excede el crecimiento normal de un mercado maduro como el argentino y que es una anestesia para los precios. Por ejemplo, la producción de carne bovina está creciendo a un acumulado del 10% interanual, la de cerdo al 8%,5 la de leche cruda al 8% y sólo la de pollos muestra un ajuste de volúmenes (-6%).
Finalmente, la cuestión del ciclo económico, la economía está entrando en fase recesiva, con caída de ingresos en términos reales, fundamentalmente de segmentos asalariados (informales, de baja productividad), dejando poco espacio para absorber volúmenes adicionales de producción sin tener que resignar precios. 

En esta combinación de oferta abundante con ciclo de ajuste de demanda todos los participantes (“stakeholders”) de las cadenas están seguramente teniendo que resignar ingresos, aunque probablemente algunos más que otros (productores primarios no integrados / diversificados, industrias focalizadas en el mercado interno, comercios “mono producto” o especializados, etc.).
 
 

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