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Antes del muro: la vida en la frontera entre Estados Unidos y México

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New York Times. En la frontera entre Estados Unidos y México ya existe un muro con una extensión de 1126 kilómetros que pasa por los desiertos de Sonora.

Y, más hacia el este, hay estructuras de acero pesadas que cortan los largos kilómetros de extensiones de hierba como las marcas de un campo de batalla. En Texas, las vigas rojizas que forman parte de la valla fronteriza son frías, duras y ásperas al tacto. En Tijuana, dos vallas —una vieja y otra más reciente— se sumergen hasta el océano, donde las olas corroen el metal.

 
 
The New York Times | Datos de la valla fronteriza, vía Reveal, from The Center for Investigative Reporting

La frontera se extiende por más de 3057 kilómetros a través de cuatro estados: California, Nuevo México, Arizona y Texas. Donde ya existe una valla, la tierra y la hierba que la rodean cuentan las historias de quienes tratan de cruzarla, los que la patrullan y quienes viven junto a ella.

Hay viejos teléfonos celulares entre las vigas. Bolsas de plástico con pasta y cepillos de dientes. Ropa desechada. Semillas de girasol dispersas, escupidas por los agentes de la Patrulla Fronteriza que se sientan en sus vehículos mientras vigilan el territorio.

A unos 40 kilómetros de Ciudad Juárez, la barda de malla metálica termina abruptamente, como un pensamiento inacabado. El resto de la frontera está demarcado por el río Bravo. Sin embargo, cientos de kilómetros en la zona rural de Texas, incluyendo el Parque Nacional Big Bend, no están cercados y carecen de barreras o muros artificiales.

En Tijuana, dos vallas fronterizas se extienden a lo largo de la ciudad: una de metal corrugado oxidado por el tiempo, y otra, a unos cientos de metros de distancia, de una densa malla metálica cubierta con alambre de concertina.

Las vallas separan casas, autopistas y parques antes de sumergirse en el océano. Un residente recordó a unos migrantes que se ahogaban mientras intentaban cruzar, superados por las olas.

 

Roberto Ramírez, de 46 años, recuerda cuando no existían los muros: solo unos alambres enrollados en postes de madera demarcaban la frontera entre los dos países. Los niños jugaban fútbol en los campos mientras sus padres cultivaban pepinos y tomates. Ahora existen dos vallas por lo que se pregunta cuál sería el punto de construir otra estructura. La desesperación que obliga a los migrantes a buscar oportunidades en Estados Unidos no se detendrá con barreras físicas, dice, no importa lo grandes o numerosas que sean.

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****ATTN DAVID FURST****FOR STORY ON BORDER WALL BY AZAM AHMED TRAX: 30202135A 1/30/2017 Nogales, Mexico The border wall ran between the US and Mexican sides of Nogales. CREDIT: Bryan Denton For The New York Times 30202135A NYTCREDIT: Bryan Denton for The New York Times

Como una cortina de metal, el muro atraviesa las onduladas colinas de Nogales, una ciudad fronteriza donde las largas filas de tráfico, tanto de vehículos como de peatones, conforman la travesía diaria de un lado a otro.

Aquí el muro está hecho de altas vigas de acero dispuestas en fila. La versión actual es tan nueva que los adolescentes todavía recuerdan su construcción. Fuera de la ciudad, la pared sigue a través del árido campo. Desde la cima de las colinas, la vista es de división: la valla separa a las comunidades de cada lado.

 

José Pablo Sánchez Carillo, de 18 años, vive al lado del muro en el barrio Buenos Aires, donde creció. Se asusta ante la idea de que México tenga que pagar por el nuevo muro. Hace poco estaba sentado afuera con sus amigos, hablando de la promesa del presidente Trump de facturarle a México el muro. “Se supone que este tipo es un multimillonario, ¿verdad?”, preguntó. “Entonces ¿por qué diablos no lo paga él mismo? Él es el que lo quiere”.

****ATTN DAVID FURST****FOR STORY ON BORDER WALL BY AZAM AHMED TRAX: 30202135A 1/31/2017 El Valle, Mexico On ranching land in El Valle, Sonora, the border is demarcated by a low slung fence that extends for miles. CREDIT: Bryan Denton For The New York Times 30202135A NYTCREDIT: Bryan Denton for The New York Times

A través de desiertos, montañas y dorados pastizales, el muro fronterizo se transforma: de los páneles de metal de seis metros de altura a las desgastadas hojas dispuestas a lo largo de amplias extensiones de arena y las barreras en forma de x colocadas en las llanuras abiertas. A veces, desaparece en las cordilleras de las montañas fronterizas.

A unos 40 kilómetros de Ciudad Juárez, la valla fronteriza se detiene abruptamente. La población de muchas ciudades ha disminuido por el crimen y el narcotráfico. En otras partes, los sembradíos de trigo y alfalfa llenan las tierras de cultivo a lo largo de la frontera de México. Si se construye un nuevo muro, los agricultores se preguntan qué pasará con sus compatriotas mexicanos e incluso con los estadounidenses que dependen de la mano de obra migrante.

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CATARINO NÚÑEZ, CIUDAD JUÁREZ, MÉXICO

Si el presidente de Estados
Unidos saca a todos los
mexicanos, ¿quién va
a cultivar los campos?

Catarino Núñez, de 74 años, estaba trabajando su tierra, preparándose para regar un campo de trigo. Él heredó la propiedad de su padre y la ha trabajado durante la mayor parte de su vida. Recuerda cuando levantaron el muro detrás de su terreno y el efecto que tuvo sobre la migración y el trabajo. Se detuvo el paso de migrantes hacia los campos estadounidenses y le ayudaron con su cosecha. Ahora se ha vuelto difícil encontrar ayuda para trabajar en su propiedad.

 

ESTADOS UNIDOS

El Paso

 
 

En esta ciudad de 680.000 habitantes, la valla fronteriza se eleva frente a los barrios, patios de recreo y apartamentos cuya renta cuesta 400 dólares al mes. Es una estructura de dos hileras de malla de alambre ubicadas encima de una losa de hormigón, con capas de eslabones de cadenas más antiguas enfrente. Después de la escuela, la furgoneta de los helados hace sus rondas paralelas a la valla en Charles Road.

Mannys Silva Rodriguez, de 58 años, y su esposo estaban en el patio de su casa, ubicada en el barrio de Chihuahuita, cuando su perro comenzó a ladrar durante una tarde reciente. Mientras lo observaban, un grupo de personas al otro lado de la valla de la frontera enganchó una escalera y subió. Entonces, tres hombres y una mujer utilizaron una de las vigas de la cerca para bajar mientras la señora Rodriguez y su marido, Miguel, trabajaban en la camioneta de su hijo.

“Podíamos verlos saltando”, dijo. “Estamos tan acostumbrados a ver a la gente cruzando que solo decimos: ‘Oh, ok'”.

Rodriguez ha vivido aquí toda su vida. “Al principio, nos oponíamos a ella”, dijo sobre la actual malla de alambre, que fue construida en 2008. “Estábamos acostumbrados a toda la vegetación del río Grande y el canal. Teníamos árboles y luego vino esto. Al principio no nos gustó. Pero después nos acostumbramos”.

 
 
 

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