Argentina en destrucción: el nuevo plan Morgenthau

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El Secretario del Tesoro de EEUU, Henry Morgenthau Jr., fue el ideólogo del plan que lleva su nombre, por el cual se planificó dejar a Alemania sumida en la peor de las miserias, al cabo de la Segunda Guerra Mundial, impidiéndole todo desarrollo industrial y tecnológico, dejando a su población hambreada y sin alternativas de vida, pues buscó fomentar y obligar a la involución económica a estadios superados de economía primaria, a la vez que pretendía destruir todo el sistema educativo, en particular el de la enseñanza técnica y científica, y anarquizar todos los estamentos de funcionamiento del país.
Ese vengativo plan, fue elaborado y consensuado mucho antes que terminara la guerra, cuando ya la balanza del poder bélico se había inclinado decididamente en contra del III Reich.
Pueden encontrarse puntos de semejanza con el Tratado de Versalles, el cual bajo las influencias marcadamente revanchistas de los negociadores británico (Lloyd George) y francés (Georges Clemenceau), no atemperadas por los representantes de Italia (Vittorio Orlando) y EEUU (Woodrow Wilson); que estableció pautas de indemnizaciones muy acentuadas y claramente vengativas contra los vencidos en la Primera Guerra Mundial y en particular contra Alemania; lo que provocó el revanchismo que pocos años después fue una de las causas que desencadenaron la Segunda Guerra Mundial.
Pero así como el Tratado de Versalles era clara y brutalmente lesivo, sin mayores disimulos; el Plan Morgenthau estuvo pensado como un accionar más sigiloso, lleno de meandros de sucesivos impedimentos que sin mostrarse a cara descubierta y con acciones y trabas encubiertas, hicieran imposible todo proceso de desarrollo, mediante la desarticulación general, el caos financiero y el desmantelamiento industrial y tecnológico, además del desamparo total de la población.
El Plan Morgenthau, casi calcado, también se aplicó a Japón, pero en ambos casos, por motivos geopolíticos, solo duró escasos dos años, pues para EEUU y sus aliados, lo prioritario era utilizar a Japón y Alemania, como frenos al por entonces temido expansionismo comunista, sobre todo ante las rispideces suscitadas en Berlín, la inestabilidad en Corea y Vietnam, y el estatus de potencia nuclear que había adquirido la Unión Soviética.
Es decir que los supuestos peligros que representaban Alemania (por entonces Alemania Occidental) y Japón, quedaron relegados ante el agravamiento geopolítico respecto al Oso Ruso y el Dragón Chino; y las vengatividades fueron dejadas de lado, por las nuevas urgencias geopolíticas.
El siniestro Plan Morgenthau fue reemplazado por el Plan Marshall, que fue su antítesis; y los “milagros” económicos alemán y japonés se concretaron rápidamente, al igual que ocurrió con los otros ex beligerantes de Europa Occidental.
Si bien la bibliografía “políticamente correcta” los elude, hay en la historia otros casos de desindustrialización forzosa, instigados por la respectiva potencia dominante de turno, en particular por Gran Bretaña, que no quería competencia a su autoasignado rol de “taller del mundo”.
Largamente estudiado por el revisionismo histórico, y cuidadosamente oculto por el academicismo histórico mitrista, es el caso argentino del siglo XIX, cuando después de Caseros y de Pavón (batallas que sucesivamente significaron la imposición forzosa del liberalismo económico), ante la invasión de productos industriales sin freno aduanero alguno, y facilitado ese proceso por los avances de las redes ferroviarias, se extinguió rápida e irremisiblemente la industria artesanal del noroeste, de Santa Fe, Córdoba y otras provincias. Brutal proceso negado o “ninguneado” por historiadores y economistas afines al establishment oligárquico y antiindustrial.
Pero menos conocidos son otros casos, como el de Egipto del siglo XIX, en el cual en el marco de un gobierno fuerte respaldado por una respetable capacidad militar propia, se había implementado un proceso de industrialización que hacía de ese país en esos años un equivalente de las Potencias Emergentes de hoy. El cultivo del algodón, de muy buena calidad, y la decisión política de industrializarse, dieron origen a una importante industria textil, por entonces equiparable a la consolidada industria textil británica. En ese contexto, otras ramas industriales también iban desarrollándose.
Pero así como el sistema político autocrático egipcio del siglo XIX evitó en su momento las oposiciones a la industrialización que podrían ejercer sectores conservadores y los intereses de exportadores de materias primas e importadores de bienes elaborados; al debilitarse dicho poder, por envejecimiento del Pachá y las demoras y conflictos políticos para su sucesión, las sutiles pero fuertes presiones británicas en particular y europeas en general, lograron hacer languidecer a la industria local, sacrificándola en el altar del “libre comercio”, con lo cual en pocos años Egipto pasó a ser un simple proveedor de algodón en bruto, retrotrayéndose a una economía primaria y dependiente de los centros industriales extranjeros. Hasta hoy no logró superar el contexto de economía pobre y carente de industria al cual fue inducido Egipto, bajo diversas presiones políticas y financieras.
En Argentina, la desindustrialización y la destrucción de actividades tecnológicas de punta, tuvo varios muy nefastos períodos de aplicación, todos los cuales tuvieron claras connotaciones de acentuada similitud con el Plan Morgenthau aplicado a Alemania y Japón entre 1945 y 1947/8.
Las acentuadas políticas de industrialización y de desarrollo tecnológico que aplicó el peronismo entre 1946 y 1955, fueron frenadas y en parte desactivadas o destruidas por el golpe de Estado pro británico de 1955, perpetrado con la complacencia y apoyo de la vieja oligarquía campera ultra conservadora. La desactivación del avanzado proyecto del Pulqui (avión caza a reacción, similar a los Mig 15 y Sabre F 86 de esos años), y la absurda expulsión de la fábrica de camiones y ómnibus de Mercedes Benz, son posiblemente los casos más emblemáticos, pero no los únicos de “la fusiladora” (1). El odio a los obreros sindicalizados, que caracteriza a los procesos de industrialización, el miedo visceral a las transformaciones socio – económicas y la aversión a perder privilegios recalcitrantes, unió a componentes ultra liberales (antinacionales) de las Fuerzas Armadas con la retrógrada oligarquía campera y sectores de la intermediación importadora y financiera.
En 1962 otro golpe de Estado tuvo marcadas connotaciones ultra liberales y por ende antiindustrialistas, con el tecnócrata Álvaro Alsogaray como mascarón de proa, y las FFAA como instrumentos de aplicación de doctrinas recesivas y antinacionales. Los pretextos del golpe, no pudieron ocultar que las políticas petrolera e industrial, notablemente efectivas más allá de aciertos y errores de aplicación, fueron las causas reales que escandalizaron a las oficialidades “gorilas” (2) y a sus mandantes e instigadores oligárquicos.
El golpe de Estado de 1966 fue sui generis, pues si bien tuvo aristas liberales, con Krieger Vasena como personero del establishment como “super ministro” de Economía, su accionar estuvo acotado o enmarcado en fuertes políticas de desarrollo industrial y tecnológico, y una acertada ley de Compre Nacional, aplicadas sobre todo en las dos primeras etapas (presidencias de Onganía y Levingston). Ese perfil desarrollista con claros perfiles geopolíticos en buena parte debe ser atribuido al poderoso rol del cerebral General Juan Enrique Guglialmelli, y en parte al Dr. Aldo Ferrer en el Ministerio de Economía en la segunda etapa de esos siete años.
El golpe de Estado de 1976, conocido como “el proceso”, con el marco de la violencia guerrillera como contexto real y como pretexto perfecto para reprimir toda opinión y acción en contrario, entronizó al neoliberalismo como “doctrina única”, aplicada con rigor y total carencia de patriotismo y sentido de humanidad, por Martínez de Hoz (personero de la Sociedad Rural y los poderes financieros transnacionales), y por sus sucesores, casi sin solución de continuidad, por un largo y destructivo cuarto de siglo, al cabo del cual estuvimos literalmente al borde de la disolución nacional.
El pomposamente autodenominado “proceso de reorganización nacional”, claramente subordinado a las potencias anglosajonas (EEUU y Gran Bretaña), buscó desarticular totalmente el notable desarrollo industrial que había alcanzado nuestro país, cuyas producciones se exportaban en crecientes volúmenes y a diversos destinos. A la vez, uno de sus claros objetivos fue concentrar acentuadamente la riqueza, reduciendo drásticamente los niveles salariales, buscando recrear las condiciones semifeudales de la segunda mitad del siglo XIX, de aquella etapa que el probritánico Mitre instauró bajo el nombre de “proceso de organización nacional”. ¡Continuidades históricas evidentes!
La brutal involución industrial, tecnológica, económica en general, y sociopolítica, así como sus objetivos finales de desguace nacional, perpetrada en el marco del terrorismo de Estado, tuvo evidentes similitudes, prácticamente calcadas, con el Plan Morgenthau, el cual siguió aplicándose hasta 2001, incluso acentuándose desde el menemato y el delarruato.
Volviendo al poder formal el neoliberalismo, bajo el formato democrático, desde fines de 2015, con los mismos o similares protagonistas que en los siniestros años ’90, evidentemente están decididos a aplicar a rajatabla una versión remozada y acentuada del Plan Morgenthau; en forma acelerada y pretendiendo no dejar margen para el resurgimiento industrial, tecnológico y ni siquiera de atisbo alguno de soberanía nacional.
“No entiendo de soberanía”, dijo palabras más o menos, el actual presidente y comandante de la ceocracia reinante. “Les haremos olvidar del patriotismo”, se filtró de una reunión de líderes empresarios ultra liberales, expresado por el actual presidente del Banco Central”. “No queremos industrias” dijo la vicepresidenta.
Son los mismos que desprecian abiertamente a la escuela y la Universidad pública.
Evidencian estar decididos a “completar la tarea” de desguace del territorio argentino, lo cual no pudo –milagrosamente- perpetrarse en la buscada crisis terminal de 2001/2002.
A la oligarquía apátrida, esos problemas no les molestan, e incluso le complacen; a ciertos sectores muy confusos de las clases media y baja, no les preocupa pues ni se dan cuenta de la gravedad de la situación; amplios sectores de las FFAA y FFSS y civiles vinculados (3) el tema no lo comprenden, pues siguen anclados en los años ’70, negándose a comprender que hoy la realidad es otra y a razonar con fundamentados criterios geopolíticos actuales; mientras que varios “progres” llenos de doctrinas del odio o de sectarismos inducidos por ONGs 
extranjeras, ignoran o menosprecian temas como este y son casi siempre funcionales a acentuar las confusiones y a ser de última instrumentos del “capitalismo” que tanto dicen odiar.
Preocupante realidad de la que pocos tomaron cabal conciencia.
(1) Ingenioso nombre dado a la autodenominada “revolución libertadora” de 1955.
(2) Despectivo calificativo del imaginario popular, aplicado a los recalcitrantes antiperonistas perpetradores del golpe de 1955, y sus continuadores.
(3) FFAA y FFSS = Fuerzas Armadas y Fuerzas de Seguridad.
 
 

 

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